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Los cuadernos del Aprendiz.

El Universo y mis tripas

"Con todo, nueve de cada diez veces los representantes del Cielo pueden tomar a los muchachos de la Razón cuando llega el momento de aislar la mente, y hacer pruebas contra el miedo, pruebas contra las pruebas. Admitamos que Dios decide encarnarse en el año 0 d.C. en una familia de carpinteros de Judea, o que pasar información a unos comerciantes de camellos no es más absurdo que las bromas subatómicas de los bosones z.
Desde el descubrimiento de la civilización, cuando la gente perdió lo sabañones de la edad del hielo y una vez deecortezado el lenguaje refinado durante la era holocénica, ¿qué esta está ocurriendo?, ¿qué podemos hacer al respecto?
¿Somos algo más que trucos del polvo? ¿Primates de primera? Quiero decir que el universo parece ser una espantosa montaña de problemas para tratarse de una broma pesada.
Y nosotros, los jockeys de las ideas, ¿qué podemos ofrecer de todo nuestro largo exprimir de conceptos? Son los productos derivados de la filosofái, la matemática, la astronomía y la biología los que han cubierto algún terreno, los que han proporcionado cierto bienestar. La sabiduría nunca ha logrado extenderse más allá del lapso de una vida. Los hechos actúan como bolas de nieve. Tomemos 10 elevado a la 83 potencia. De acuerdo con los que llenan las bañeras, ese el número de electrones del universo. Supongamos que están equivocados, elevemos la cifra a 10 elevado a 100. Un ¡goool! ¿Puede el negocio producir una figura, un garabato tan poderoso, tan abarcador como ése? Tan verdadero. Tan bien formado. Pero tenemos más cómos de los que sabemos usar; nuestras colonias de porqués persisten vacías. Y si Zubiri tiene razón al afirmar que los profesionales de la física, los diseccionadores de pescados y los promotores de partículas no dejan metafísicamente sedientos, no puedo coincidir con él cuando afirma que los refrescos los proporciona el negocio.
(“Filosofía a mano armada”, Tibor Fischer, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 139 y sg.)

Mientras copio estos interesantes pensamientos, con el simple y modesto propósito de conseguir agilidad para mis dedos – aspecto puramente mecánico del teclear–, “algo” en mí está pensando. Este “algo” que está pensando no es yo, pues yo no me reconozco en él. Piensa en cosas triviales, pequeños sucesos que me han acontecido recientemente, ayer o la semana anterior lo más tarde; piensa en personas: las trae a la mente, las enjuicia, valora lo que han hecho y dicho, calcula sus efectos a posteriori.
Las leyes de este “algo” que piensa, de este mecanismo de pensamiento trivial, están basadas principalmente en tópicos, lugares comunes de una inconsistencia filosófica atroz. O bien la trivilización de la filosofía operada por Tibor Fischer está consiguiendo su propósito, que no es otra cosa que cooperar a la estupizadación de la sociedad occidental para que, así, sea más fácilmente asimilada por los idiotas propios y de las otras culturas, o bien ese “algo” que piensa es el auténtico “pensasiero” que hay en mí, mi auténtico yo, mientras que el Yo con mayúscula, el enfático Yo Superior que gusta llamarse ‘Pensador’, no es más que una superestructura de bambú, precaria y frágil, alzada sobre el pantano para ver alzarse las míseres aves cotidianas de las cuales mi conciencia se alimenta.
Quizá lo más sensato será recurrir una vez más a las viejas categorías de la geología estratificada de Freud, tan elemental pero tan metafóricamente clara: el Inconsciente, el Preconsciente y el Conciente. Lo que piensa trivialmente por los márgenes de nuestra atención cuando realizamos una acción repetida y mecánica, aprovechando el plus de energía que queda sin gastar, no es otra cosa que el “preconsciente”, especie de atención mutilada: un mendigo en el umbral del templo del Inconsciente. Allí, sentado de espaldas al abismo, oye, como en el poema de Coleridge – ¡Y en medio de este tumulto, Kubla oyó, lejanas, / Ancestrales voces augurando guerra!–, el retumbar y el gruñir de los dinosaurios, pavorosos por su ferocidad y tamaño. no por la calidad de sus pensamientos,



Me acuden imágenes de la manifestación de ayer en Santa Coloma de Gramanet. Vecinos en contra de la utilización de un almacén como mezquita por los musulmanes de la zona. Al parecer, no reunía las condicciones necesarias, como el aislamiento sonoro, por ejemplo, en contra de las propias normas urbanísticas del ayuntamiento y las de La Generalitat. Amas de casa y sus maridos tocando cacerolas; no neonazis con cadenas y cruces gamadas. Insultos, empujones, etc. Las autoridades se hacen los longuis. Dejan que las cosas se resuelvan por sí mismas, encadenados por lo políticamente correcto en materia de religiones y culturas ajenas, apenas a un mes del final del Forum de las Culturas.
Los musulmanes, todos hombres vigorosos, en su mayoría jóvenes, hicieron una exhibición de sus rezos en plena calle. Su propósito es que la gente no apoye en el secretismo esotérico (tabú de asistir al culto para los “infieles”) la mítica idea de arengas integristas y aniquilación e infierno para los infieles, entre los que, por supuesto, también incluyen a la señá Roser, la vecina de enfrente, a su marido y hasta al mismo prsident Maragall.
Todos se ponen en pie y se arrodillan al mismo tiempo, y tocan el suelo con sus frentes, en esa posición un tanto morbosa, que en lugar de ensalzar la mente mirando al cielo, como hacen los cristianos, la humilla en contacto con la tierra. Una posición de yoga típica. Hace que la sangre acuda abundantemente al cerebro y lo adormezca suavemente, debido a la plétora líquida y a la dificultad añadida para acudir a los pulmones contraídos y regresar con su renovado cargamento de oxígeno. En esa posición, la razón analítica desaparece, y parece que uno piensa con el cuerpo en lugar de con las témporas. Sólo hay que repetir las palabras del rezo común para sentir la fuerza del todo colectivo, del “nosotros los fieles”, y, a partir de él, dar el salto a la vivencia de la Totalidad, nombrada Alá, Dios, God, Yahvé, Tao, Manitú, Camino, etc. Esa “sensación de eternidad; un sentimiento de algo sin límites ni barreras, en cierto modo “oceánico”, del que Romain Rolland escribe en carta a su amigo Freud, y que éste cita para rechazarlo en “El malestar en la cultura” (o. c., ps. 1 y 2).
Hay algo hermoso en esa aquiescencia compartida, en esos movimientos y ritmos de amplio trazado. Uno se siente impresionado por una fe tan poderosa e ingenua. No tienen que quemarse las meninges con los porqués a los que Tibor Fischer alude medio en serio, medio en tono nihilista.
Pero también nos meten miedo. Tanto ellos como sus oponentes, dotados de la misma poderosa y simple fe que sus históricos oponentes, los cruzados, de los que Ben Laden y sus locos hacen uso explícito. Como si no hubiesen pasdo mil años. Como si la Inquisición no hubiese sido disuelta. Como si no hubiésemos aprendido a expulsar el horror que se había inflitrado del Cristianismo. El horror impuesto por Simo de Monfort en Albi, por poner sólo un pequeño ejemplo. “En nombre del cristianismo se han vertido océanos de sangre”, como dijo el otro. Pero toda esa malda institucional no tenía que ver con el sublime mensaje de amor y perdón predicado por aquel profeta divino: se trataba, como todo el mundo sabe, de infiltraciones del Mal, filtraciones de la pertinaz lluvia en el techo del Arca.
Hay un miedo histórico, en lo que respecta a nosotros, “todos los españoles”, añadido al tópico que el inconsciente colectivo europeo nos presenta: la Reconquista, que duró ocho siglos. ¡Ochocientos años, nada menos! Y al final, cuando el dominio cristiano parecía haberse asentado, la rebelión de las Alpujarras, las incontables conjuras y colaboraciones con los piratas turcos y berberiscos. Hubo que expulsarlos, porque no se resignaban a convivir con los infieles, respetando a los que practicaban otras religiones que no fuesen la suya, en cuya verdad, “única, excluyente”, ellos creían sin vacilación permisible. Y toda la moda esa de la elaborada cultura musulmana, la leyenda de El Ándalus y la simpática permisividad de los moros. Es un invento romántico, los viajeros anglosajones y centroeuropeos, franceses y polacos, Jan Potacky, Washintong Irving y toda esa vaina. En los últimos decenios del siglo pasado, algunos profesores de historia andaluces,, resentidos por una prtendida marginación, animados por las tendencias “regionacionalistas” que se estaban poniendo de moda en España, aprovecharon lso últimos jirones de la Leyenda Negra antiespañolista para enaltecer el modelo árabe. Ahora, además, están obligando a quitar las referencias a la actuación decisiva de Santiago, real o imaginaria, enla batalla de Clavijo. Incluso consiguieron quitar las cabezas de moros del escudo de Aragón. Un poco vergonzoso, ¿no? La historia está ahí, y todo intento de borrarla o enmascararla conduce rápidamente a la idiotez galopante, la que se está haciendo dominante. (¿Será necesario que aluda a mi pasado comunista, mienbro del CC del PCE, luchador contra la dictadura en los años más peligrosos, para evitar que cualquer distraído que me lea por casualidad pueda pensar en mí como un obstinado reaccionario?) En fin, mi pensamiento se banaliza en torno de lo que, en una perspectiva orteguian podría ser denominado como “el tema de nuestro tiempo”. Corto, y sigo copiando a este autor, húngaro británico (casi como Conrad, ¿no?) del cual opino que es un nihilista más profundo que Houellebecq, y mucho más divertido.

“Uno puede luchar con ello hasta que su mente explota; es como tratar de levantar un valde dentro del cual uno está de pie.
Descubrimos”.

Aquél articulito que me solicitó Nando Alba hace como veinte años, para Papeles, la simpatica publicación semanal de Ramón Rodríguez, financiada por el ayuntamiento de Avilés. Miseria de la cultura oficial. Un intento meritorio pero mísero, en su acabado y sus resultados. Nada ha quedado de toda aquella elaborada cultura. El pueblo permanecía al margen, feliz e ignorando todos nuestros esfuerzos por llevar el arte a la calle. Si nadie va a ver tu obra, ni reconoce tus esfuerzos, se acaba bastante desmoralizado. Y eso fue lo que pasó: la gran Desmoralización produjo la gran Desmovilización. Sólo quedaron los que están, en virulenta lucha por el poder, cualquier pedacito del ricopastel: enjambre de moscas y otros insectos luchando denodadamente por comer la mayor porción que le fuese posible. Y todas esas macanas, que me niego a seguir contando, pues sólo sirve para alimentar el sentimiento de fracaso, y la culpa por haber estado, en el fondo, motivado por la vanidad. ¡A la mierda la vanidad! Tiene razón Tibor Fischer (Urna funeraria Pescador, ja, ja, ja, juego de palabras idiota, que me permito, sabiedo que jamás va a leer esto). “Todos los tópicos son verdades de las que estamos aburridos.” ¡Joder, tío, es genial Quizá sea hora de ponerse a aguardar a los bárbaros.

“Estoy sentado en este bar lleno de gente desgraciada, que se comporta como si fuera felíz. Afirmará (sic) que este momento es tan fuerte que podría cansar a la eternidad. La gente me dice que no lo haría. Quizá todo sea un gran truco. Quizá, de pronto, todo el mundo se volverá hacia mí y dirá: ¡Sorpresa, Eddie! Sólo estamos bromeando sobre tu condición de mortal. Sólo estamos poniendo una venda en los ojos de tu inmortalidad.

Siento mis tripas agitarse preñadas de gases eruptivos, borborigmos que mis sinestésicos oídos oyen, atentos al discurrir de la corriente oscura, stream of consciousness, monólogo interior de Molly Bloom, 0h, MadreTierra. Escucho con cierta desconfianza: no hay justificación suficiente para esa protesta; como las manifestaciones multitudinarias convocadas en contra del paro, de la guerra, etc., que nos ponían el alma en vilo y la mente en flat. No hallábamos justificación suficiente (la reconversión industrial ya había sido hecha, por lo que podían hacerla, y el asunto del cierre de los astilleros de Izar aún no había aparecido por el horizonte laboral) para la huelga nacional; a no ser, quizá, la politica partidista y la vehemencia de unos cuadros jóvenes ansiosos por acceder al poder, aunada a la vulgar, manida retórica de Aznar, cansino a fuerza de decir:

3 comentarios

Tristán Fagot -

Qué bueno, qué bueno :-)

estefania -

jajajajaja
así se aclaran las cosas

Azorville -

10 elevado a la 83 potencia de átomos, combinándose en el círculo del eterno retorno dan lugar para un mogollón de tonterías.