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Los cuadernos del Aprendiz.

Pequeños rituales de magia parasimpática

He leído en Frazer –The golden bough– y releo en Borges –El arte narrativo y la magia (Discusión, O.C.)– un simpático ejemplo de magia parasimpática: Las mujeres estériles de Sumatra cuidaban un niño de madera y lo adornaban, con el mayor amor, para que su vientre fuera fecundo.
Nuestra perra Siva, hembra estéril, ejecuta un rito mágico semejante. Utiliza una madreña de la abuela Amor; la anciana, indignada con la hembra animal que instrumentaliza sus madreñas, para una función tan..., tan irreverente, suele escondérselas. En su defecto, selecciona un tocho de madera de tamaño y forma semejantes; se lo coloca apretadamente contra la ubres, a manera de cachorro, y le da de mamar. A tal extremo lleva su manía, que trae continuamente irritado su vientre y abultadas las ubres.
Cuando me acuclillo ante ella y le pregunto con ternura qué tal transcurre la lactancia, me mira con sus ojos tristes y alienta una vaga esperanza. Siento, emocionado, que está, de hecho, transmitiéndome un mensaje de frustración, algún tipo de plegaria no atendida. ¿Acaso somos, para nuestros animales domésticos, una especie de dioses, capaces, no sólo de atender a sus necesidades de mantenimiento, sino de satisfacer sus más profundos anhelos vitales? ¡Dios lo sabe!
Con el prudente moderador del humor, adelantaré esta hipótesis arriesgada:
La magia, como actitud ante la imposibilidad, es muy anterior, no sólo a la razón, sino al mismo homo sapiens y a los prehomínidos que lo precedieron. Se instala en la esfera del instinto, como una acción empírica procedente de la imitación. Como la imitación, se trata de un comportamiento animal, que nosotros, los humanos, hemos heredado. Pertenece, por tanto, a la esfera de la vida, a los animales; a ellos quizá con mayor fundamento.
La angustiada se llama Siva. La aculturización mitológica de su anterior dueño le ha prescrito un nombre tan inadecuado que no puedo evitar, cada vez que la nombro, una mueca irónica: quizá para evitar las consecuencias de la irreverencia, por muy alejado que ambos estemos, ella y yo, del ámbito de repercusión hindú y la influencia del terrible dios, Shiva, creador-destructor de la vida. Parece como si la pobre perra estéril, Siva, al practicar el mismo rito mágico que las mujeres estériles de Sumatra, instintivamente –la magia es instintiva, no perteneciente a la esfera de la razón calculadora, que escapaz de prever los efectos por hipótesis y de inducir una consecuencia universal a partir de series de resultados confirmados por la experiencia–, apuntase a dos propósitos fundamentales:
a/ Propiciar, por simpatía, la posesión del bebé-cachorro que anhela, ejecutando el acto que, después del embarazo y del parto, es el más propiamente maternal: la lactancia. La analogía entre el objeto y la criatura, trozo de madera de forma y tamaño adecuados y bebé-cachorro, es simplemente un trámite del ritual; lo fundamental es el simulacro: actuar como si, sentir como si, provocar la actitud anímica (¿El Conductismo como magia parasimpática?) correcta, de modo que las potencias encargadas de ello, movidas por la intensidad y la fidelidad, no del simulacro, que ellas saben que lo es –no se trata de engaño–, sino de la vibración espiritual exacta, les concedan el objeto real de su anhelo.
b/ Llamar la atención de las instancias superiores, o potencias divinas que pueden y deben conceder lo deseado. Así, el rito se constituye como plegaria y acto devocional. La oración, cuando llega a constituirse, como formula mágica, en la esfera del lenguaje ya maduro, sustituye a la acción mágica a manera de abstracción superadora. Salvando las distancias, para mi pobrecita Siva sería yo, su amo, su "señor", la poderosa instancia a la que invocar e impetrar; para las mujeres de Sumatra, de antes (la Antropología de la época de Frazer, como instrumento de observación, destruyendo el objeto de su estudio: hoy en día, tales creencias no existirán sino como reviviscencias vergonzantes), tales instancias serían dioses, conformados según las creencias de su propia cultura. Lo llamativo de tal vía implica un cierto grado de comicidad: si yo soy movido a la risa por lo grotesco de la analogía, con la cual mi "simpatía" –ternura, amor, conmiseración hacia el pobre animal doliente– es igualmente movilizada, ¿no cabe suponer que, en distinto grado, los dioses se ríen de lo grotesco de nuestros ritos propiciatorios? ¡Ah, la risa de los dioses nunca es destructora cuando está justamente propiciada! La acción adecuada depende de la actitud correcta: lo que vale es la intención.

He aquí, simplemente sugerida, sin pretensiones de cientificidad, una interesante conexión entre la magia homeopática y la religión: todo ritual es mágico, y todo rito mágico porta las funciones de queja y súplica.
De lo contrario, habría que inferir que la magia es atea
¿Habrá una magia atea, es decir, que no recurra a dioses ni a demonios? Basada en el causalismo; praxis meramente pragmática; acciones similares en la forma son iguales en la esencia; la actitud anímica propiciada mediante el rito es real, independientemente del simulacro; lo que importa es la creencia; mecanismo funcional que no requiere, en principio, una divinidad encarnada, sino la creencia en un poder superior, que puede hallarse disperso en la materia –panteísmo del mana– o concentrado en un ídolo –idolatría, teolatría–, etc.
Aparte de estas consideraciones, lo que me parece más interesante de la observación es la posibilidad de incluir acciones humanas y animales en el mismo marco. Lo cual ya está siendo hecho por la joven ciencia del comportamiento animal, rama de la psicología de la conducta: la etología.

1 comentario

estefanía -

Qué ternura. Me gustaría darle un cachorrito de otra camada a esa perra tan humana. ¡Sería tan feliz! A lo mejor en el cielo de los perros amamanta llena de plenitud a un montón de perritos de huesos delicados.
Muy bonito.