Blogia
Los cuadernos del Aprendiz.

Miércoles de ceniza

Como corresponde a la incitación mítica del cambio de fecha, pasado el Carnaval y entrado de golpe en la conmiseración de la Cuaresma, esta mañana me he levantado con el "No" exaltado. Pensamientos negativos saliendo al paso a todas las propuestas. En el nivel psicosomático, una migraña temporal y ese ominoso crujir de vértebras que nos advierte de la edad inexorable.
Suelo, en estos casos, aconsejado por Descartes en sus "Reglas para la dirección del espíritu", llamar al orden al misántropo nihilista, ese pequeño llorón que sigue lamentándose por los soportales de mi infancia. Rechazo sus manidas racionalizaciones cargadas de pasión; contrapongo sólidos argumentos del "Sí" a sus negaciones vitales. Pero mi voluntad actúa en el vacío, sin base; por eso, tras el corto silencio, la negación alza de nuevo su cabecita de medusa y se reafirma en cualquier aspecto trivial, como una niña reluctante y fastidiosa que reitera sus objeciones inesperadamente, rechazando, con lo particular de su limitada experiencia, a la Totalidad de la vida en su desplegarse. El No está apoyado en una realidad de su mismo signo: mi jaqueca matutina, la diarrea y la irritación de la hemorroide, que añade a mi conciencia ese matiz escatológico que los pitagóricos evitaban con una dieta sin alubias. Asimismo, la sombría inflexión que me produjo el Carnaval en Prámaro, un espectáculo degradado que, añadido a la inquietud que provoca el saberse al descubierto e inerme ante los ataques de cualquier zoquete adolescente, ex alumno al que quizá he regañado en alguna ocasión, me ha dejado un regusto de ceniza. En cuanto a la base psíquica subyacente, el descontento generalizado de la última época, el cual, momentáneamente, parece haberse concentrado en M. anoche, mientras regresábamos del carnaval en Prama, se lamentó de la situación laboral aquí; aproveché para arriesgar la sugerencia de Méjico. Fue tajante y negativa: la peligrosidad social, el miedo a las calles: nunca, nunca, nunca...
Cualquier propuesta que se le haga encuentra de frente el gallo loco de la negación. Al principio, creí que era una resistencia consolidada hacia mí –su padre, machista y represor–; ahora, pienso que no es conmigo sólo, sino con todos y contra todo, y que, o bien su decisión de negatividad es excluyente o bien sólo está dispuesta a aceptar aquellas alternativas de acción que a ella se le ocurran, en una neurótica búsqueda de originalidad individual y afirmación del yo. Luego, mientras nos desvestíamos, S me recriminó haberle hecho la sugerencia: conociéndola como la conocíamos, la única posibilidad de convencimiento quedaba de la mano de L, su tío.
Con el "No" atacando fuerte, esta mañana la hipótesis de que la negatividad de M es, como la mía, producto de la herencia genética se convierte casi en certeza: mi padre, el cojo; yo, el conejo orejudo; ella, la enana irritable y depresiva. No puedo recriminarle nada, pues ella es como yo en versión femenina; pero no puedo perdonarla mientras no me perdone a mí mismo, y no puedo perdonarme a mí mismo hasta que no pueda perdonar a mi padre.
Hubo un tiempo, cuando mis hijas eran pequeñas y estaban tan llenas de vida –eran tan audaces y alegres como pequeños piratas–, en que creí que el estigma no se había transmitido y que todo quedaba reducido a la pendencia irresoluble entre la sombra de mi padre y yo: esa lamentable novela familiar que ni siquiera sirve para escribir un mal cuento.
Por desgracia, ahora sé que no ha sido así. También sé que el "No" no suele actuar sobre el vacío –el espíritu nihilista no es nihilista, ja, ja; necesita algo en lo que fundamentarse–, sino sobre una realidad correspondiente. Son, pues, las circunstancias las que dan consistencia a sus negaciones, esas circunstancias que se resumen en la frase . Pero tales condiciones frustrantes no son consecuencia del azar, es decir, de la mala suerte, pues el "No” se arregla astutamente para convertir cualquier circunstancia positiva en adversa, cualquier bendición en condena. Y de nada vale acudir al conocido truco de invocar al diablo, aunque sea en nuestros más inconfesables sueños. Mefistófeles –esa parte del espíritu que siempre niega pero siempre afirma, pareja dialéctica de Fausto, el Descontento, el Inmoderado, que le vende su alma a cambio de la juventud– siempre acude, en mala hora. El trato en sí es una trampa de fullero: el pago por nuestra alma es algo que se nos debe a priori, ya que la juventud con que nos paga sólo es “una” repetición de “nuestra” juventud. Nietzsche lo explicitó de un modo terriblemente claro con su teoría del Círculo del Eterno Retorno; si hubiese vivido antes de Goethe, éste no habría podido escribir su gran obra, cosa que no podríamos lamentar pues no sabriamos que podría haber existido. Hay una llamada al terror en el famoso aforismo 341 de “La gaya ciencia”:
(G. S. 341)
El fracaso, concluyendo, también es una elección. Debemos esforzarnos en obtener triunfos continuamente, por pequeños que sean, pues sólo ellos mantendrán a raya al monstruo de la negación: al niño llorón y auto conmiserativo. Lo malo en nosotros, los portadores del estigma familiar, es que la tendencia al fraudulento gozo masoquista se halla hipertrofiada por el componente fáustico: de todos mis hijos, M es la que lo ostenta en mayor grado.
Para ella, como para mí, vendría bien este consejo:

0 comentarios